La burda estrategia del presidente del Gobierno de intentar que cale en la población que la corrupción es “algunas pequeñas cosas que nada tienen que ver con los cuarenta y seis millones de españoles” (faltaría más) es completamente contraria a los ascos, repugnancias y perdones que secundaron sus filas a posteriori tras las últimas detenciones por el caso “Púnica”. Sin embargo ha conseguido que sea la corrupción la que tape una legislatura plagada de tropelías políticas y sociales desde el primer momento del mandato con el incumplimiento del programa con el que se presentó a las elecciones del 2011 y la entrega de la población a los designios del neoliberalismo europeo que ha permitido el mayor empobrecimiento y desmembramiento de la sociedad española que haya existido desde la transición para acá.
Se le está dando demasiado peso a que la decisión del voto ciudadano y el ya antiguo desapego hacia las instituciones políticas tienen que ver con la corrupción y la gran indignación que produce en la ciudadanía, pero en mi modesta opinión es solo una parte, y me explico. La subida de la edad de jubilación y el aumento de los años de cotización para poder acceder a una pensión digna también forman parte del paquete, así como todas las decisiones en contra del pueblo que eufemísticamente han llamado reformas cuando en realidad son recortes puros y muy, muy, duros para las familias de este país.
Hablo de las tasa universitarias, recortes en becas, prestaciones por desempleo, derechos de manifestación, recorte de libertades, mermas insoportables de sanidad y educación, empobrecimiento general, malnutrición infantil, desahucios o rescate a una banca black de cortijeros usuarios de puertas giratorias, en resumen: Intentas subvertir la democracia a favor de un régimen absolutista partitocrático y oligárquico.
Sobre este particular, el Gobierno no habla y cuando lo hace trata de contrarrestarlo con raíces vigorosas o lucecitas psicodélicas en la lejanía, en la creencia errónea de que la gente va a caer en la estúpida trampa de los trileros.
Es por ello que ahora sienten el aliento de los desarrapados y perroflautas populistas que parecen votar en su contra por culpa de algunas “pequeñas cosas” que suceden en su partido.
La “casta” tiene miedo. Cada día más. Está viviendo su propio Halloween. Los resultados de la encuesta de Metroscopia y del CIS que dan a Podemos la primera fuerza en intención directa de voto, o sea, sin cocinar los datos, les han puesto de los nervios. Algunos medios especulan con que “Podemos supera a PP y PSOE impulsado por la ira ciudadana”. Ira ciudadana, un concepto muy poco demoscópico. Solo les ha faltado decir en grandes titulares que la gente ha salido con antorchas a quemar Ferraz y Génova. El régimen ha puesto la estrategia del miedo a funcionar una vez más, pintando la indignación de ira furibunda.
Desde que la formación “Podemos” irrumpió en escena, el poder establecido no ha hecho otra cosa que tratar de meter miedo. Que vienen los etarras bolivarianos filonazis adventistas del séptimo día, coreanos norteños, castristas recalcitrantes... No dudo, porque lo sé, de que algunos se lo crean, pero las encuestas llevan meses diciendo que el efecto es el contrario del perseguido. La semana pasada escuché a un conservador, en la tertulia de Hora 25 de la Cadena SER, decir que “los ciudadanos informados tienen miedo de Podemos”. Solo tendría que pisar la calle o los bares un poco más que nuestros dirigentes para saber que es al contrario. Como dicen las encuestas, cada vez más ciudadanos, cada vez más informados, de lo que tienen miedo es de estos gobernantes decimonónicos apegados al poder del dinero que vienen mangoneando este país desde hace siglos. De sus corrupciones y contratas. De sus chanchullos y tejemanejes completamente antidemocráticos. De que dejen el país como Atila dejaba la hierba. De que esquilmen hasta el último recurso. De que sigan en el poder con total impunidad. Por decir algo.
FLORO. La Pizarrera. 5.11.2014
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