El revuelo mediático e institucional del llamado mundo civilizado con motivo del atentado mortal por “combatientes” nativos islámicos en Francia tiene toda la razón de ser en estos momentos de pérdida del valor de la igualdad y semejanza universales más la búsqueda generalizada de identidades perdidas a sangre y fuego. No es para menos. Pero los métodos utilizados para esa búsqueda identitaria son indiscutiblemente perniciosos al albur de nuestra historia reciente, llena de atropellos entre Oriente y Occidente.
El caso es que la peligrosa desavenencia entre el Islán y el resto del mundo catolizado o no, de seguir así, más tarde o temprano desembocará en un choque de repudio generalizado que nos hará proclives al enfrentamiento entre civilizaciones. Puede que sea inevitable, no lo sé, pero aseguro que no es conveniente ni necesario.
Al respecto vuelvo a entresacar de mi libro premonitorio “Cuento del Nuevo Orden: el señor de la ruta”, no publicado por el momento, una breve pieza donde se atisban retazos del grave problema que a todos nos atañe.
El Complejo de Oasis Artificiales, centro del poder omnímodo de la Alianza Occidental, enclavado en el norte de la Península Arábiga, con su hiperburocracia parlamentaria y sus innumerables legaciones y representaciones estatales, era un buen ejemplo de lo expuesto anteriormente. Desde hacía tiempo, los países de la Alianza Occidental no acudían a transar, ni a deliberar, ni a comerciar, ni a negociar para sus gobiernos. La causa había sido un traslado masivo de sus ejecutivos hacia Europa para formar parte del complot establecido por la Alianza Occidental, con el fin de acabar con inesperados focos de resistencia musulmana y propiciar una limpieza étnica que les permitiera depurar y controlar el propio centro de Europa mediante el terror de la guerra y la prestación económica, para la posterior restauración de lo arrasado. Cuestión esta que ya sucediera en un pasado no tan lejano.
La extraordinaria explosión demográfica musulmana estaba en el origen del conflicto y en algunos países, que ya tenían una carga islamista considerable, fueron suplantando a sus habitantes naturales gracias a la política de “vientre fértil”, como la llamaban muchos xenófobos en virtud de aquellas premonitorias palabras pronunciadas por un presidente argelino (Bumedián, 1974) ante la Asamblea de las Naciones Unidas:
"Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos, porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria".
Los porcentajes de natalidad de los musulmanes en toda Europa constituían un aviso para los gobernantes, que veían una radicalización social en torno al problema demográfico de corte islamista. Entonces consideraron extirparlo de una forma cruenta. La contienda fue un fracaso estrepitoso y mundialmente contestada, aunque, como siempre de forma pasiva o con una actividad rayana en la indiferencia, pero con claro repudio, incluso aún con la impotencia que supone no poder contrarrestar la política de guerra, ni poder evitar la sumisión sin paliativos que produce la cerrazón de la acción violenta del más fuerte…
FLORO. La Pizarrera. 14.1.2015