Después de un larguísimo paréntesis navideño, en el que las gentes nos hemos ocupado, sobre todo, en gastar más de lo necesario (malgastar diría yo) y en la búsqueda de los mínimos indispensables para soportar otras navidades por parte de millones de menesterosos y angurrientos desheredados de la fortuna social y laboral, la crónica política española se presenta plana, sin sobresaltos ni expectativas que merezca la pena reseñar, más allá de que 2014 haya sido un año aciago tanto en el modo de gobernar como de sus resultados más espurios, o los sondeos que ponen patas arriba al bipartidismo a cargo de los“perroflautas”de Podemos. Los numerosos artículos escritos en este foro por este humilde cronista de la realidad política dan fe de ello.
No obstante lo anterior, ante esa planicie política estancada en una supuesta normalidad democrática de campañas electorales, con su política del miedo incluida, hacia las nuevas formas de proceder de la ciudadanía que quiere soltar todo el lastre posible para mantenerse a flote, este principio de 2015, “año de la recuperación”, que dice la propaganda de la derecha española más insustancial que se recuerda, muchos humoristas satíricos franceses críticos, corrosivos, ofensivos para mucha gente, han pagado con sus vidas, a manos de los intolerantes de la mal llamada fe islámica, la defensa del derecho a reírse de todo, absolutamente de todo sin ambigüedad o recato. Apliquémonos el cuento para cuando nos toque defender la libertad de expresión ajena y entendamos que los asesinados son ídolos de una libertad que ningún fanatismo tolera y que mucha gente normal deplora cuando le toca (no son pocos los ejemplos habidos en nuestro país). Son intérpretes de esta historia porque vivían en una permanente amenaza hasta el punto de tener que contar con protección policial permanente, así que sabían perfectamente lo que se jugaban, y aun así siguieron. Siguieron, con legitimidad democrática, satirizando a prácticamente todo el mundo, alternativamente (no solo a Mahoma), que es la recreación de la sátira, para bien y para mal. No siempre la sátira tiene por qué ser acertada, para eso están los tribunales, no las armas, y aun así hay que defenderla siempre como una vertiente más de la libertad de expresión ineludible para cualquier democracia. La execrable matanza ha supuesto un riesgo inasumible adjunto a la libertad y hay que reconocerlo y combatirlo con todo lo que tengamos a nuestro alcance, dentro de las normas cívicas. La tolerancia debe reforzarse por más pesares que nos cause, pues nos va en ello la obligada convivencia.
FLORO. La Pizarrera. 12.1.2015
