Más allá de la inútil campaña de desprestigio y difamación, que ha beneficiado, sin duda, a los vituperados con un millón doscientos mil votos, cinco eurodiputados y más de doscientos mil asentados como participantes, la irrupción inesperada de Podemos en el panorama político español ha puesto otra vez en boga el término “populismo”. Este término, en exceso ambiguo y carente de un significado académico, se usa en modo peyorativo para zaherir a quienes supuestamente lo practican haciendo caso omiso de la definición de la Real Academia Española que nos dice que populista es “perteneciente o relativo al pueblo”. Desde esa perspectiva, todos los partidos, grupos o personas que militan en política son populistas, pues sus labores y objetivos buscan convencer al mayor porcentaje de población de que sus propuestas son las correctas y que, por tanto, lo inteligente, prudente y acertado es votarles a ellos. Para el caso, todos los partidos de arco parlamentario, incluidos los sindicatos. No así los sindicatos de la Patronal que no defienden otros intereses que los suyos propios.
A partir de aquí penetramos en una densa jaula de grillos, donde partidos y políticos usan ballestas, catapultas y mosquetones para descalificar a otras fuerzas políticas, tildándolas de populistas, sin explicarle al pueblo qué quieren decir con el manoseado término. Lo emplean con gestos grandilocuentes y despectivos, haciéndolo sinónimo de demagogia, mentiras baratas y manipulación perversa de masas descerebradas. Calificar a un partido o persona de populista aspira a situarlo en el más tenebroso de los infiernos. En su mensaje, ser populista es ser mendaz, demagogo, embaucador de pueblos, payaso, escribidor de horóscopos y otros perifollos o cantinfladas al uso. En realidad lo que hacen es tirar piedras contra su propio tejado, pues el llamado “populismo” es la fuente filosofal de toda acción política que tenga que ver con el pueblo, salvo que se quiera ver de otra forma menos común y diseccionar el término en cuarenta cachos subjetivos que corresponderían, en todo caso, al acervo general, es decir, que cada uno tenga un concepto distinto, con inventos incluidos.
En España, con Podemos, el término populista se utiliza de forma recurrente con el fin de descalificar a la naciente organización política. El uso del vocablo es proporcional al temor que Podemos inspira en partidos políticos tradicionales. Hasta este año de gracias de 2014, el término populista se prodigaba exclusiva y generosamente contra políticas y políticos latinoamericanos.
El uso y abuso del término lleva a obviar análisis serios del tema, como el hecho de que partidos políticos que dicen rechazar toda forma de populismo, como hemos podido comprobar hace unos días por boca de los partidos mayoritarios, han ganado elecciones recurriendo intensamente al populismo, si pensáramos que ser populista es seducir a la población con promesas que nunca se cumplirán. Como son los ejemplos del PSOE en 1982 o el último programa del PP en 2011. No hay partido político libre de ese pecado, aunque algunos hayan batido, una, varias veces o siempre, los listones más altos en cuanto a incumplimientos. De manera que apropiarse de un término tan desposeído de concreción como de subjetividad y tenerlo como piedra arrojadiza da fe de la hipocresía con la que se usa el vocablo “populista”. Pero… en fin, allá penas cada cual.
FLORO. La Pizarrera. 23.11.2014