Tras el demoledor informe de UNICEF (sospechosa organización filocomunista antisistema) sobre el hambre infantil en España, los ministros del Gobierno y sus inclementes voceros han declarado que nuestro providencial gobierno marianista sigue a rajatabla los consejos de esa organización (metira, dijeron ellos), crea empleo, da unos servicios de calidad y apoya a las familias.
El hambre infantil en el mal llamado tercer mundo ha sido mil veces objeto de denuncias, condenas y ampulosas declaraciones firmadas muchas veces por los principales responsables de las hambrunas. Sin embargo, como se cree que nuestro país no pertenece a ese mundo no parece necesario que se impongan campañas internas para paliar nuestra mal nutrición infantil a través de un pacto de Estado contra la pobreza. Sería poco menos que decir que la marca España estaría por los suelos de prestarse esa ayuda que les parece desmesurada y sin sentido.
Hay muchas formas de ver el problemón sobre la malnutrición de los niños y niñas en nuestro país, y la principal es negarlo de plano, del mismo modo, descalificar las cifras que dan las organizaciones sobre el terreno, como Cáritas o los bancos de alimentos. O como dice el portavoz del PP, Rafael Hernando, emérito cantamañanas (no se merece menos), que la culpa del hambre infantil en España la tienen los padres, no se sabe si por traerles a este mundo traidor y cruel o simplemente por ser pobres gracias al gran apoyo neoconservador del austericidio y la desmembración de los servicios sociales.
Varias comunidades del PP han decidido cerrar los comedores escolares en verano porque los niños son muy pendejos y si se enteran de que alguno de sus amigos se toma allí las lentejas en agosto podrían estigmatizarle de por vida. En la selva de la infancia no se pueden mostrar puntos débiles porque la manada ataca sin piedad. Les ocurre a los gorditos y a los que llevan gafas, a los que tienen nombres raros aunque sean de santos y a los incontinentes. También a los bizcos como yo.
Lo normal, además, sería que los centros escolares estuviesen vacíos siendo éste un país bendecido por la abundancia. Es cierto que aquí se dan premios a los anuncios de bocadillos imaginarios, pero en el apartado de ciencia-ficción. Los niños, como es tradición, siempre han venido con un pan abierto debajo del brazo, y para que las clases populares los rellenaran inventamos el chopped el chorizo de Pamplona o la morcilla patatera.
La derecha es muy mirada para estas cosas de la puericia y de la familia. De ahí que Cristóbal Montoro se tomara a chufla los datos sobre pobreza de Cáritas, que es gente que basa sus informes en mediciones estadísticas absurdas, no como él que cuenta a los pobres uno a uno y hay meses que sólo le salen 12, en su mayoría víctimas de una mala racha en el bingo. El ministro no lo dice porque es un flojo, pero éstos de Cáritas saben tanto de la pobreza como Ana Mato de Jaguars.
Nada mejor para los niños que una buena comida casera hecha con el amor de una madre, que siempre será preferible al catering de un colegio con sabor a puente aéreo. Lo saben en Madrid, en Galicia y en Castilla y León y otras comunidades que se han pasado por el forro las recomendaciones de la Defensora del Pueblo, que es otro cargo a suprimir como siga tocando las narices.
En Madrid, por ejemplo, existen ayudas pero para quien las necesita realmente, tal es el caso de la consejera Lucía Figar, abnegada madre de familia numerosa y beneficiaria de un cheque-guardería de 1.250 euros mensuales por cumplir escrupulosamente los requisitos que ella misma había impuesto, esencialmente que el colegio de los críos fuera privado. Nada de esto sería posible si no se hubiesen eliminado por “innecesarias” miles de becas comedor que mancillan a los peques y convierten su existencia en un infierno.
FLORO. La Pizarrera.29.6.2014